Las pistas falsas
Una mañana de sábado salí a dar una vuelta con el único propósito de caminar. Dicen los artistas que es bueno para la creatividad y dicen los médicos que es bueno para todo lo demás. Como único acompañamiento llevaba unos auriculares y una lista de reproducción de música del Daily Mix de Spotify.
Para aquellos que no estén al tanto de la vida moderna: Spotify no solo es el dueño de la música en estos tiempos, sino también de los gustos musicales, y sus Daily Mix son listas de canciones que no has elegido tú, sino que un oscuro, impersonal, y avispado algoritmo selecciona diariamente pensando en tus gustos. Y lo peor es que acierta.
El caso es que entre esa lista, el algoritmo decidió incluir una canción, desconocida para mí, que me llamó la atención. No estaba especialmente bien cantada, ni muy bien producida, ni siquiera tenía estribillo, pero tenía un ritmillo interesante y, sobre todo, una letra que me pareció extraordinaria.
La escuché tres o cuatro veces en aquel paseo tratando de quedarme con los versos más ingeniosos, pero luego, esas cosas que pasan, ya no estaba solo y el paseo se convirtió en aperitivo, el aperitivo en comida, la comida en sobremesa… y me olvidé de la canción y del mundo. Al día siguiente, cuando quise recuperar el tema, los algoritmos de Spotify ya habían creado nuevas listas (no en vano se llaman «daily«) sin rastro de las canciones que me pincharon el día anterior.
Ni que decir tiene que rebusqué y rebusqué en las nuevas listas a ver si por casualidad la habían vuelto a incluir, pero como no sabía el nombre del grupo ni el título de la canción, tuve que ir saltando una a una para comprobar que no. Seguí probando los días siguientes, y busqué en Google lo poco de la letra que había memorizado. No hubo suerte. Probé a escuchar artistas similares, todo género indie, con la esperanza de que Spotify volviera a considerarme digno de escucharla otra vez. Nada.
Pasadas unas semanas sin resultado, me dediqué, a la desesperada, a indagar todos los grupos alternativos con voces masculinas que aparecían en las listas aleatorias, a ver si en alguno me sonaba la voz. Cada vez que daba con algún tono que creía reconocer, me escuchaba la discografía entera del grupo en cuestión (bueno tampoco todo, los segundos suficientes para descartar cada tema).
Tanto me esforcé, que en el resumen anual de ese año, Spotify me asignó como grupos favoritos a una gente que no conocía de nada, salvo de buscar la dichosa canción. No es que me preocupe, tengo entendido que hacer como que escuchas grupos raros te da carisma.
Tuve que olvidarme del tema (nunca mejor dicho), porque hasta las obsesiones cansan. Pasaron meses, cambiamos de año, y hasta diría que cambiamos de estilos musicales y algoritmos. Y de repente una tarde cualquiera, pasando por un calle del Barrio de las Letras, escuché una canción que me resultaba familiar. Aún di unos cuantos pasos antes de darme cuenta de que era la canción que había buscado como un loco y retrocedí hasta localizar el lugar desde donde sonaba. Era una tienda, de ropa, discos y cachivaches varios, y estaba a punto de cerrar.
-¿Qué canción es esa? – Pregunté desde la puerta.
La dependienta me miró como a los locos, que es como se mira a alguien que te hace preguntas extravagantes desde la calle, pero cuando le repetí la pregunta, miró en el ordenador donde se reproducía la canción y me contestó
-Aquí dice “Las pistas falsas conducen al desamor” de “The secret society”.
De lo que deduje que ella tampoco había hecho sonar la canción a propósito, ni tenía ni idea de quiénes eran, sino que el misterioso algoritmo también la había hecho sonar para ella.
-Es que la he estado buscando mucho tiempo… -le dije vagamente para explicar mi pregunta, pero sin entrar en muchos detalles, porque todo mi esfuerzo se centraba en retener aquellos datos para poder buscarla, y porque, la verdad, tampoco creo que a ella le importase mucho.
El caso es que busqué la canción en el móvil y en cuanto llegué a casa (en ese momento no llevaba auriculares y no soy de los que obliga a los demás a oír mi música) pude, por fin, volver a escucharla. En ese momento y en todas las ocasiones que la he reproducido después, he podido reafirmarme en que la canción no es especialmente buena, la rima y la métrica de los versos es un poco atolondrada, pero la letra es para enmarcarla:
Interpretamos todas las señales
Las pistas falsas conducen al desamor – The Secret Society
de forma errónea y casi despiadada
y acordamos que era amor lo nuestro
cuando aquello de amor no tenía nada.
Nos la jugamos con nuevos dolores
y malgastamos nuestras madrugadas
arrinconados en sitios mugrientos
con gente oscura, borracha y drogada.
Cogimos motos en calles desiertas
con el primer sol de la mañana.
Nos persiguieron policías secretas,
si no existían se los inventaba.
Y por ella me convertí en esto,
en alguien que no decía que no a nada.
Justifiqué los medios con los fines
y acabé como la gente que odiaba.
Y a su lado siempre tuve miedo
aunque vi cosas que no imaginaba.
Descubrí el poder de la belleza
y su cuerpo se convirtió en mi entrada
a un laberinto de gestos ambiguos,
a un nuevo concepto de distancia
y entendí que la gente sencilla
era gente que no le interesaba.
Y pasamos mañanas enteras
mirando al techo tumbados en camas
tratando de reconstruir la noche
mitad con sed, mitad con taquicardia.
Finalicé todo lo que tuvimos,
primero fue el dolor, luego la rabia,
y cuando el cansancio dio paso al sueño
no vi como el desastre se acercaba.
Y en mi cabeza todo estaba intacto,
pero su paciencia estaba agotada.
Quise creer en todas las señales
pero todas las pistas fueron falsas.
La moraleja de todo esto, si nos ponemos espléndidos, podría ser que las cosas imperfectas (igual que las personas) también merecen que nos obsesionemos por ellas y las persigamos. Pero la principal enseñanza es que los algoritmos… o no son tan listos como pensábamos o nos dan pistas falsas. Recordadlo cuando la IA nos domine.