En mi opinión
Una famosa serie de abogados tenía como personaje recurrente a una estricta juez que obligaba a los letrados a terminar la mayor parte de sus intervenciones con la coletilla “en mi opinión”. No lo hacía sin criterio, respetaba todas las intervenciones que solo describían hechos probados o citaban leyes, pero si el fiscal o el abogado defensor lanzaban una hipótesis, una argumentación o una protesta que debía aceptar o rechazar la juez, debían añadir, por norma, la frase “en mi opinión”.
-¡Protesto! El fiscal está tratando de confundir al jurado -grita una abogada.
-¿En su opinión? -pregunta la juez.
-Sí, en mi opinión -se ve forzada la defensa, porque a un juez siempre hay que hacerle caso, sobre todo si quieres ganar un juicio.
En cada episodio que aparecía esta juez siempre había un abogado que miraba con extrañeza y obedecía a regañadientes ante esta excentricidad. La razón parece lógica: se da por sentado que todo lo que uno opina es su opinión. Es como lo de decir “estoy hablando yo” cuando es evidente que estás hablando porque lo estás diciendo.
Sería absurdo, por ejemplo, tener que explicar que todos estos amagos de reseña que me ha dado por hacer sobre los libros que voy leyendo, no son más que una (humilde) opinión, y no pretenden ser una crítica académica ni una posición categórica, pero me veo en la obligación de hacerlo antes de que una mala crítica le siente mal a alguien.
Da la impresión de que no todo el mundo sabe distinguir una opinión, tanto cuando la escuchan como cuando la emiten. Hay quien habla pretendiendo sentar cátedra sobre todo, y hay quien escucha como si todo fuera un dato a rebatir. ¿No es así como las conversaciones acaban en discusiones? ¿No se solucionarían, en parte, si todos añadieran un “en mi opinión” a sus argumentos?
Me atrevo a decir, además, que la importancia no está tanto en la palabra “opinión”, sino en el posesivo “mi”. Porque podemos ser capaces de distinguir cuándo alguien está expresando una opinión, lo que no está tan claro es si esa persona reconoce que puede haber opiniones diferentes a la suya.
En mi experiencia, creo que una intervención que incluye expresiones como “en mi opinión”, “yo creo” o “me parece” suaviza el discurso, le quita arrogancia y soberbia, y hasta da la impresión de que la persona que lo pronuncia es capaz de respetar opiniones contrarias, o incluso de cambiar su propia opinión si encuentra los argumentos necesarios para ello. Y, aunque no sea cierto, resulta que el que escucha tiende a ser mucho más tolerante con esa opinión.
Creo, por ejemplo, que si en un debate electoral se oyeran más «en mi opinión», nos caerían mejor los candidatos. Y se me ocurre que si cierta red social añadiera trece caracteres más para poder incluir “en mi opinión” al principio o final de cada tweet, este sería un lugar un poquito mejor.
Y todo esto, por supuesto, es solo mi opinión.