¿Es agosto todavía?

/ agosto 22, 2023/ Todo lo demás

Intento recorrer las calles a la exigua sombra de las cornisas mientras canturreo Summer in the city (en la versión de Joe Cocker, porque con esta secura la voz no me da para más), y pienso si el mes de agosto no estará durando demasiado. Será la cuarta ola de calor, aunque parecen diecinueve, o que son semanas en las que el tiempo se mide según el número de veces que tienes que ir a las casas vacías de los amigos a regar los gatos y alimentar las plantas, o al revés.

Se ve distinta la ciudad, porque los barrios están desolados tras una devastación que ha expulsado a todos y cada uno de los vecinos a lugares llenos de arena, mientras que en el centro, los operarios vestidos de ardiente nylon no paran de recoger restos de turistas derretidos contra el pavimento. En el erial de losetas que es ahora la Puerta del Sol se escuchan quejidos de sufrimiento en trece o catorce idiomas.

Hubo un tiempo en que pensé que Madrid cerraba en agosto. En sentido literal. Imaginaba a los bomberos, megáfono y termómetro en mano, evacuando la ciudad y trasladando a los ciudadanos a lugares más frescos y baratos. Tardé en pasar un verano en Madrid. Como buen universitario sin asignaturas pendientes, huía de la capital desde junio hasta septiembre. La playa llama y el miedo al infierno urbano llamaba más.

Luego empecé a trabajar y se acabaron las vacaciones de estudiante. Me resigné, ventilador mediante, a vivir esa tortura de carácter bíblico que denominaban «el verano en Madrid». Calles vacías, tiendas y bares cerrados, y una sensación omnipresente de horno encendido. Hasta que una noche, casi por casualidad, fui a parar a La Latina en plena verbena y descubrí para qué se inventó el agosto de Madrid. De noche es una ciudad diferente (esto también lo cantaba Joe Cocker, aunque no hablara de Madrid): música, fiesta, farolillos, gente, barras de bar en la calle; y una emoción de juerga sin fin, porque detrás de una verbena viene otra, como las olas en la playa.

Pero se acaban. Y pasadas las verbenas, me queda encerrarme en casa entregado al juego de subir y bajar persianas según la rotación de mis ventanas con respecto al sol, hasta que sea resistible volver a salir a la calle. Parte del tiempo libre lo dedico a observar, con el pecho apretado, cómo arde una isla entera empezando por árboles a los que, literalmente, alguna vez puse nombre. La otra parte que no es trabajo, la dedico a leer esos libros de los que aún no he hecho reseña, y a escribir textos que no van a ningún lado, como este, solo por tratar de no perder el hábito.

Que nadie se confunda, sigo siendo de los que prefieren el calor al frío, aunque un poco de moderación no vendría mal. Y tampoco se hace largo el mes de agosto, peor sería que se acabara el verano.

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