Asalto al Banco Central

/ octubre 12, 2023/ Lo que leo

Entre ficción y ficción, a veces apetece leer algo que no haya salido de la imaginación de un escritor, algo real, y en ese batiburrillo de libros que es el género de no-ficción (algo que se define por negación de otra cosa apenas puede ser un género, pero qué le vamos a hacer) me he topado con el relato desmenuzado del Asalto al Banco Central que ha escrito Mar Padilla.

No es un «basado en hechos reales», ni siquiera una historia real novelada, es más bien un amplio reportaje periodístico sobre un suceso (uno de tantos) que tuvo en vilo a la España de la Transición: el atraco a la sede del Banco Central en Barcelona en 1981. Un acontecimiento enmarcado por la inestabilidad política y social del momento, y por la alargada sombra del intento de golpe de Estado del 23F.

Aquel suceso dio pie a muchas teorías más o menos conspiranoicas desde el momento en que los atracadores entraron por la puerta del Banco Central y casi hasta nuestros días, y Mar Padilla se ha empeñado en montarlas y desmontarlas a partir de las fuentes periodísticas de entonces y ahora, y de muchos testimonios directos.

Es cierto que algún capítulo puede hacerse algo pesado por la cantidad de información detallada, pero la contextualización del momento histórico es mejor que cualquier clase de Historia de España y, sobre todo, el relato casi al minuto del asalto se hace apasionante. Uno lee los detalles del atraco y se convence de que los guionistas de La Casa de Papel tuvieron que inspirarse en este hecho para imaginar el atraco al Banco de España.

La situación dentro del banco, la tensión en los despachos políticos, las informaciones periodísticas, las sospechas de la Guardia Civil, los informes del fiscal, los rumores y certezas, todo se recoge en este libro. Incluso las escenas surrealistas, casi cómicas, que no nos tragaríamos en un libro de ficción, como las conversaciones telefónicas que mantuvieron los secuestradores y rehenes con todo el que marcara el número de la sucursal, desde el Secretario de Estado que confunde a su interlocutor, al señor anónimo que llama a un rehén para pedirle un presupuesto.

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